La orden religiosa de los Jesuitas: La compañia de Jesus



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La orden religiosa de los Jesuitas: La compañia de Jesus

J. Jesús Gómez Fregoso, s.j.

Desde el principio la orden comenzó a enviar misioneros fuera de Europa, a las regiones que se iban descubriendo. Según las ideas de esos años, los religiosos de San Ignacio acompañaron a las potencias colonizadoras a la India, al Japón y a la gran novedad del momento: el recién descubierto Nuevo Mundo o América; primero a Brasil y luego a las Antillas, y más tarde a la América septentrional: a la Florida, después a la Nueva España o México, y más al norte, a las colonias inglesas y francesas (entre los pueblos iroqueses y hurones del actual Canadá no pocos jesuitas fueron sacrificados en su intento de predicar el evangelio en esos rumbos). En China lograron llegar hasta la corte imperial, donde el emperador los nombró sus geógrafos y matemáticos. En su afán de extender el evangelio sin europeizarlo, es decir, de predicarlo en forma inteligible para el Oriente, trataron de despojarlo en lo posible del ropaje aristotélico y medieval de muchos autores europeos y de respetar el modo de pensar de los orientales. También en la India y en las regiones del Malabar procuraron respetar los ritos y costumbres autóctonas, hecho que les ocasionó diferencias con las normas universales establecidas por la Iglesia en Roma: a la postre, en el siglo XVIII, esto les acarreó enemistades en la curia romana. En el Japón sufrieron la reacción de los emperadores, que, comprensiblemente, veían que los misioneros católicos eran aliados de las potencias coloniales.

Algunas ideas que los jesuitas exponían en libros y folletos, en la predicación en los templos y en las cátedras de sus colegios, fueron muy controvertidas; por ejemplo, la teoría del tiranicidio: cuando un gobernante se imponía violentamente a un pueblo y el pueblo, después de agotar todos los medios legítimos, no podía deshacerse de ese tirano, la ética y la moral autorizaban al pueblo a ejecutarlo. Algunas otras controversias promovían estos religiosos en el terreno de la moral: se podía adoptar determinada conducta con el solo hecho de que su licitud fuera probablemente recta; esto contra la opinión de muchos moralistas de la época, que sólo autorizaban un comportamiento cuando su moralidad fuera cierta sin ninguna duda.

Estas y otras teorías les acarrearon no pocos enemigos fuera y dentro de la Iglesia. Sin embargo, su trabajo en los colegios y en la predicación en los templos y en las plazas les fue abonando una buena reputación en otros importantes sectores de la Iglesia. En sus colegios se formaba gran parte de los hijos de familias acomodadas e influyentes; con el tiempo, incluso llegaron casi a monopolizar el cargo de confesores de los reyes en Francia, España y Portugal, hecho que a su vez les ganó una serie de acusaciones de intromisión en la vida política, al grado de que sus enemigos empleaban el adjetivo jesuita para designar al hipócrita, al maquiavélico, al intrigante. Obviamente, con el tiempo su fuerza e influencia fue creciendo, con la consiguiente polarización de opiniones.

Los jesuitas se distinguieron siempre por ser decididos defensores de la autoridad del papa, por lo que en el siglo XVIII, época del regalismo -es decir, de la opinión de que el rey debía estar sobre el papa-, se les consideró un obstáculo frente a la autoridad de los reyes. Todo esto, aunado a los problemas surgidos por las disputas internas dentro de la Iglesia -como cuando defendieron las costumbres y los ritos chinos y malabares-, les ocasionó que aumentaran sus enemigos en la curia romana y en las cortes europeas, de suerte que a mediados de ese siglo, los reyes de España, Francia y Portugal los declararon indeseables, a pesar de que en las cortes de estos reinos el cargo oficial de confesor del rey seguían teniéndolo los jesuitas. Irónicamente estos reyes ostentaban títulos que los mismos papas les habían concedido: rey católico, rey cristianísimo y el rey fidelísimo (al papa). Pero dichos reyes ahora consideraban que los jesuitas eran los grandes (y molestos) defensores de la autoridad del papa. Se fueron acumulando así acusaciones diversas de ambición de poder, de moral relajada, de doctrinas erróneas.

En Francia, un sector de la Iglesia católica, los jansenistas, insistían en ideas moralizantes muy estrictas contra los jesuitas, que eran más tolerantes: como suele ocurrir, un asunto doctrinal se convirtió en político. Un factor muy importante fue el conflicto que surgió a raíz de las reducciones o misiones del Paraguay, donde los jesuitas habían logrado fundar pueblos de guaraníes muy prósperos: hacia 1750, por acuerdos entre España y Portugal, algunos de estos pueblos pasarían a ser propiedad de la Corona portuguesa, que, a diferencia de la española, permitía la esclavitud de los indios. Al negarse los guaraníes a pasar a ser propiedad de Portugal, hubo resistencia armada. Se discute el alcance real de estos levantamientos, y si los jesuitas participaron o no.

El hecho es que la acusación de rebeldía se sumó a las otras que había contra los jesuitas: los hechos demostraban, decían sus enemigos, que estaban construyendo un Estado dentro del Estado español. Todo esto y otros factores de lo que ocurría en España hizo que el rey Carlos III, en 1767, expulsara a los jesuitas de todos sus dominios.


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February 16, 2015